De Jesús Galván Fernández

¿Qué tendrá el Tío Curro para que cada noche haya lista de espera en su bar, en pleno de la Cerro del Águila? No falla, aunque sea entre semana, o cenas temprano o te toca esperar mesa. Volviendo a la interrogante, cada cual le encontrará su aquel, pero seguro que está relacionado con algo que se llame solomillo al whisky, queso a la parrilla, pollo con piña, langostinos al Tío Curro, choricitos criollos… Qué gran sitio para tapear o para compartir raciones. Y, además, a un precio bastante razonable, teniendo en cuenta la materia prima.

A pesar de sus reducidas dimensiones a cubierto, todavía merece que nos detengamos a comentar el encanto que Margari y Curro (su propietario, ¿no lo adivinabas?) han sabido instaurar basándose en una estética tradicional Cerreña, en el que la simpatía y familiaridad del ambiente, son sólidos argumentos para no pensárselo dos veces y hacer cola cervecita en mano.

En su interior, dispone de 8 mesas que normalmente se complementan con otras auxiliares. Este espacio se multiplica con la llegada del buen tiempo y la disposición de veladores frente a la fachada del bar.

Su cocina es un prodigio de puesta al día de la cocina española, donde los productos más familiares del mar, el corral o la huerta quedan aromatizados por el vino, condimentados por las especias o enriquecidos por el trato que les dispensa el carbón, sacando el mayor partido de las tapas más sencillas.

Prueba con el Secreto Ibérico, el queso provolone, la brocheta criolla, los bartolitos, los guisos diarios, y la paella de los domingos…, aunque todas las tapas tienen una buena acogida.

Con estos pocos pero sólidos argumentos no son necesarias las piruetas culinarias, la experimentación química, una gran bodega o, incluso, mobiliario o mantelería cara. Bastan unas sillas y mesas, no importa estrecharse en poco espacio; porque lo que buscan quienes esperan cada noche su turno a las puertas del Bar Tío Curro es confortar al paladar. Y eso lo tienen garantizado.


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